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Art. de opinión de Luis Beresaluze Galbis

VIDA

Hoy he conocido a Luis o Mar. Tiene solo diez semanas. Mide varios centímetros. Y ya tiene piernas, brazos y corazón. Un corazón que bombea como entusiasmado con su trabajo. Es lo que más llama la atención del grabado de la ecografía. Y ese corazoncito mueve, en parte sangre mía. De la cuarta generación de Beresaluzes que empieza en mí. Mar o Luis nacerá de mi nieta Charo. Y también llevará genes de aquel José Antonio Berasaluce Ereño, que en 1850, con motivo de andar montando la línea ferroviaria Madrid-Zaragoza-Alicante, se enamoró de una noveldera apellidada Seller y se quedó aquí, posibilitando la llegada a este lugar del mundo de la serie de Beresaluzes que hoy lo pueblan y seguirán extendiendo aquellas raíces por este suelo acogedor. Por lo que a mi hace, cuatro hijos, diez nietos, una biznieta y dos más en camino. “Gent treballaora” que dicen en Novelda.

Es impresionante. Vida. Vida haciéndose y progresando. Evolución. Un puente maravilloso entre Darwin y Dios. Algo que te hace olvidar osadas legislaciones de aficionados a la política, esa maldita actividad, que autoriza a una jovencita llamada Aído, absolutamente irresponsable de su inmensa responsabilidad, a disponer cuando y en que circunstancias se puede legalmente practicar lo que en su argot asesino se llama interrumpir un embarazo. Esto no son ideas políticas, por favor. Estoy hablando, en principio, fundamentalísimamente, de vida, de naturaleza, de universo, de creación. De creación procreada. Y digo fundamentalisimamente porque a lo frívolo, también representa una atrocidad semántica, sintáctica, gramatical.

Lo interrumpido se caracteriza por poder volver a su actividad cuando cesa la causa interruptora. Sea el curso de una corriente de agua o el fluido eléctrico. (Interruptores se llaman los mecanismos para su corte y recuperación). Lo que Aído interrumpe, ya no puede volver a funcionar. Interrumpe vida y de esta interrupción solo se puede recuperar muerte. Son criminales hasta con las palabras. Idiotas funcionales metiendo sus manos ensangrentadas en un don de Dios. Y esto no es política, amigo lector. Lo que disponen los socialistas ahora, un poco menos animal, lo consensuaron y firmaron los populares en la antigua y aún actual versión, esa por la que escapaba el delito por la vía psicológica, absolutamente indemostrable, de la psicología dañada de la que no quiero llamar madre. Igual de ignorantes y procuradores de muerte. Igual de políticos indeseables. Aznar y su gobierno. Igualitos… Leyes de plazos. Para que matar, no sea un delito. Para que, muy al contrario, sea un derecho. Insisto: A la mierda la política. Esto es naturaleza, ley natural, inscrita en la conciencia. Esto es amor al prójimo, aunque sea aún muy pequeñito. Esto es defensa del más débil y necesitado de protección. Y es, sobre todo, por encima de todo, un milagro en el espacio de la vida, llenando de amor el universo. Un arco iris de esperanza que recorre la médula de toda la especie. Estamos hablando de posible santidad. Interrumpir eso es matarlo. Un embarazo interrumpido no puede continuar. Por tanto, llamar al aborto interrupción del embarazo, además de una idiotez, es una mentira y un atraco gramatical. El embarazo solo se interrumpe, naciendo, cuando completa su curso, viendo la luz que te da la madre al abandonar tu sagrada acogida. Cuando la madre da a luz. Y la luz eres tú que sales a ella desde la santa oscuridad del templo materno.

La cosa es tan tonta como llamar al ahorcamiento interrupción de la respiración. O a la tala de un árbol, interrupción de su función clorofílica. O decir del degollado que padecía migraña, que se ha interrumpido su dolor de cabeza. Confundir, definitivamente, la guillotina o el hachazo, con la aspirina.

Pero volvamos a mi Luis o Mar. A eso que tiene en su vientre mi nieta Charo, que la ministra Aído dice que “no es un ser humano”. Sin saberlo, tiene razón la muy bruta. Es un ser divino. Parafraseando a la vieja Isabel, prima de aquella joven de catorce años que la visitaba en los montes de Judea, ya preñada de Dios, yo le aseguro a mi preciosa nieta Charo, que es muy bendito el fruto de su vientre. Tan bendito que nos bendice a todos con la alegría de su visible existencia. Ese cuya primera representación icónica, en movimiento, he podido disfrutar, apretando los ojos, por escrúpulos de hombría. Aunque a la gente mayor se le tolere mejor la lágrima.

Vida. Vida bendita. Cromosomas tal como somos. Sangre a todo pistón, vasos y tejidos musculares de vario género, organizándose para funcionar, cada cosa en su sitio, siendo más cada segundo. Eso que quiso ser también Dios, para lo que escogió a aquella muchachita, casi una niña, desposada con un carpintero santo.

Bendita Charo. Que Dios te bendiga. Ese beresaluzillo, (que me perdone el padre pero yo tiro a lo mío, como hizo Dios con María sin pensar mucho en José, como también se llama este, nuestro buen Pepo), es un don del Cielo que ya está obrando maravillas. Aún está lejos y ya lo añoran mis brazos y mis besos que lo acunan y acarician con la imaginación. Se llamará como yo, o Mar, lo más parecido al nombre de mi Madre, María, el nombre que define a lo que, después de mi familia y amigos, más amo en el mundo, lo más sugestivo, fuerte, bello y fascinante, el azul de los miles de azules, lo más vivo y vibrante de la naturaleza. Un corazón mucho más grande que el de mi próximo beresaluzillo o beresaluzilla.

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