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Art. de opinión de Luis Beresaluze Galbis

EL BELÉN

Apunta Diciembre. Muere el calendario y nace Dios, el Rey del tiempo y de la historia. Los días y Dios, autor de todos ellos. Y del propiamente 25 de Diciembre, el 359 de los ocurridos en este ejercicio de gracia de 2010. Yo ahora empiezo a oler a Belén, esa alegría escénica con la que sonríen todos los inviernos, icónica representación del Misterio Encarnado. Adviento es tiempo de esperanza y la esperanza tiene carne de felicidad.

No quiero que sea este un trabajo sobre el belenismo, desde sus tradiciones y origen, o referido a lo que, en relación con este fenómeno navideño, pudiera pretender la menor erudición documentalista. Quiero reflexionar sobre el asunto, como un cristiano enamorado y observador.
Como un hombre curioso, que piensa sobre un rito materializado. Una abstracción devenida concreta.

Un belén o nacimiento, es una porción de liturgia en casa. Al teatro dentro de las iglesias lo llamamos auto sacramental. Pues bien, a esta suerte de teatro quieto, de escenificación estática, de retablo religioso, con actores pero sin acción, podríamos considerarlo como un auto sacramental doméstico. Una materialización figurada de la Navidad en casa. Una suerte de metafísica pragmática. Convertida casi en capilla la parte de domicilio concernida. Quien monta en su casa su belén, organiza una función, en el sentido que dan al término los cómicos. Dispone un marco o ambiente. Y escenifica el momento estelar de nuestra fé, con estrella de los Magos incluida. Aquel en que nos nace Dios, encarnado en un Niño que morirá como Hombre, para salvarnos. Los ríos son de papel de plata, el pesebre, de corcho, las montañas, de cartón deformado, la nieve, harina…Y las figuras, de barro o de plástico. Y el musgo, a veces, de verdad. Pero el argumento, es el Evangelio. Representado en casa. Un Libro Santo abierto por el principio…

El belén, además de una plataforma de ilusión, es una maqueta piadosa. El retablo de Dios. La representación material de un momento de la Historia. De la nuestra y de la sagrada. El escenario de un milagro. Una “función” casi estática, y digo casi porque cada día hay que mover algunas figuras, los Reyes por ejemplo, aproximándose…Real y con personajes. Los que lo pueblan y los que lo observan. La función tiene actores y espectadores.

El belén es una escultura múltiple y coral. Un decorado santo. La maquetación del momento en que la teología se hace histórica. El portal panorámico del principio de la cristiandad, vestíbulo dramatizado del Nuevo Testamento. Horizonte simbólico con el que se inaugura la arribada de Dios a la tierra. Una reducida dimensión bíblica en la que con apaisada y apaisajada retórica, se hace plástica, la Encarnación.

Hay que ver en el belén mucho más que un acto de fe,
teatralizada y puesta en pié. Algo que trasciende su materialidad como proyecto. Que no termina en su carácter de modelo de Navidad escenificada. Que está muy por encima de su entidad como maqueta panorámica del nacimiento de Dios. Hay que ver en el belén una sintonización del Cielo y la tierra que tiene lugar en casa, en nuestro hogar y dispuesta con nuestro amor y nuestras manos. Un prototipo mágico y milagroso. El verdadero belén está en nuestro pecho y el sagrado de nuestra familia. Es una destilación antropológicamente divina. Teología doméstica. Nos nace el Niño en casa, en el pesebre de nuestra casa, en la múltiple cuna de nuestros corazones. Eso, nada menos que eso, continúa siendo, para mi, el belén. Aquello que veía brillar en las pupilas de mis hijos, cuando, absortos, creían asistir al cine de Dios…Cuando me ayudaban a montarlo como quien construye historia sagrada y Evangelio en figuritas. El belén de la expresión de mis hijos, del recuerdo de sus rostros iluminados, esa teologización sublime de la familia, se hace Niño cada año en mi vieja memoria. Dios en una disposición escenificada.

Flotando sobre cada pastor, mujer del cántaro, animales amigos y sobre el Niño, su Madre y San José…El belén es Dios en el teatro más íntimo del mundo…Bajo la mas hermosa y esperanzada de las estrellas. En el universo inmenso de nuestro pequeño mundo, familiar y doméstico. Dios en casa. Navidad inundada de alegría. La sagrada familia entre una de tantas, que, ante el Belén, todas lo son, en cierto modo, un poco. Familias de la familia de Dios. Santificadas por el Belén. Renacido Nacimiento en su versión dos mil diez.

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