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Art. de opinión de Luis Beresaluze Galbis

BASE, FUSTE Y CAPITEL

¡Cómo gustaban las columnas a los griegos antiguos! Dóricas, jónicas, corintias, toscanas. Lisas, estriadas, fasciculadas, salomónicas y, la más sencilla, el simple cilindro vertical, la románica. En total y siempre, el conjunto de basa, fuste y capitel.
Elevar piedra hacia el cielo.
Hacer bosques de carbonato de cal. Encontrarle la forma más metafórica a la roca metamórfica. La gracia de Grecia se funda, toda, sobre columnas. La columna es lo más inmediatamente gótico que concibió el hombre, pensando en la piedra. Piedra ascendente. Roca enfocada a las estrellas. Disparo artesanal al espacio, bien asentado en la tierra.

Ciprés mineral.
Necesitaban disponerle fundamento a todo lo alto. Y que el fundamento tuviera pié y coronación. Y que fuera hermoso como instrumento, torneado o con nervaduras…Como anticipando el modernismo, enredándolas en su propio e imaginado vegetalismo telúrico. Que no fueran solo un cilindro. Eso sería solo geometría y no arte, mecanismo y no primor. Había que convertir el soporte en clamor. En clamor de fragmento de montaña, puesto de pié.

No se trataba solo de levantar mármol hacia lo alto. Que ya sería hermoso y suficiente. Selvas de monolitos. Arborescente y rocoso pluralismo. Bosques de arquitectónico propósito. Se intentaba hacerlo con gracia, bello y organizado. Con la gracia de Grecia, ya citada.

La columna es, además y sobre todo, un sostén instrumental. (Ahora que tanto nos gusta la sostenibilidad, en la jerga de los políticos y economistas)..Atenas fue un bosque de piedra levantada, para soportar a otra buena parte de piedra acostada. Mucha ”ceniza en vilo”, que dijo una vez un poeta, del acueducto de Segovia…Lo que circuló en vilo, mientras funcionó como infraestructura, super infraestructura, era el agua que lo transcurría. Porque la obra sigue en pie, como homenaje seco a la sed histórica de los segovianos.

Cuanta historia soportada por columnas rotas, caídas entre la hierba. La columna vertebró la historia. La columna fue el tronco del árbol sin copa del devenir humano. Costillar del Templo, pecho de la portada, asiento del frotispicio triangular del foro o el palacio. Hoy ya no sostienen nada, las pocas que quedan en pie, como piezas desordenadas de un desdentado pasado que fue rico y poderoso. Y menos, las que yacen entre la maleza, enteras o a trozos, piezas de un esqueleto fragmentado que sostuvo el poder y la gloria. Una columna rota es el dato de una batalla cuya fecha no consta en ningún carbono 14. La hicieron manos de hombres que amaban la belleza. Que la calzaron de base y la cubrieron de capitel. Que se esmeraron en la perfección de su curvatura sabiendo que trabajaban para el futuro. Que sus huellas morales quedarían registradas en su cuerpo torneado como una primorosa labor de la más exigente y magistral cantería.

La columna es el producto arquitectónico de un pueblo que pensaba. Que imaginaba. Que calculaba. Como la filosofía, otra de sus creaciones, es la columna de su pensamiento, una hermosa primicia en el cerebro de aquellos seres salidos de la cueva. Como la geometría, otro fruto de sus meditaciones, es la columna del arte matemático. La capacidad de mentalización abstracta de aquellas criaturas, es la columna fundamental sobre la que se asienta la cultura occidental. Aún seguimos pensando en griego. Gracias a Dios, hasta griega ha tenido que ser nuestra adaptación a lo hebreo del fundamento de nuestra fe en Él.

Los griegos de ahora parecen árabes sin nada en la cabeza. Quiero decir, alrededor de ella. Trapos… Aquellos griegos de los que venimos, nuestros auténticos padres pensadores, la tenían, muy llena, por dentro, de rigor, creatividad, orden y belleza. Y de amor. Benditos antepasados cuya ascendencia nunca agradeceremos bastante.

Pensamos griego. Hablamos, en gran parte, griego. O griego latinizado. Donde los griegos fueron grandes artistas y arquitectos, los romanos devinieron excelentes y prácticos maestros de obra. Pensadores y grandes trabajadores, respectivamente. Unos crean la política. Otros, la ponen en práctica, llevándola, con su enorme exigencia de orden y burocracia, hasta los confines, militares y administrativos de lo imperial.

Me gusta la columna. Mucho. La columna de los alicantinos es la palmera, que no tiene basa pero si sobrado capitel, estrellado de palmas. Creo, de nosotros, que somos de lo mas griego que se despacha en lo español. Que tenemos el mismo cielo y nos suscita cosas parejas. El Promontorio Blanco, como nos llamaron, que luego para los romanos sería Lucentum, la Lucencia que deberíamos ser nominalmente. Porque somos la ciudad de la luz.
Vivimos entre alineaciones de palmeras que sostienen el arco de nuestra claridad y transparencia. Un montón de cosas, todas griegas. Tenemos un mar griego, un cielo griego, una claridad griega. Y como ellos, nos sentaríamos en lo alto del Benacantil a comer higos secos, mientras meditábamos. Nuestra parte griega, se extraña de nuestras fingidas peleas entre moros y cristianos, llenas de turbantes, capas, armaduras y pólvora. Estoy muy seguro de que a los griegos, tan finos y cabales, no se les habría ocurrido nunca la machotada de inventar la “mascletá”. Eso nos viene de abajo. Como muchas otras cosas útiles y muy propias, la búsqueda de la sombra y las acequias, por ejemplo. Y, sobre todo, no lo olvidemos, el jazmín. El jazmín turbador, aunque lo trajeran gentes con turbante.

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