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Art. de opinión de Luis Beresaluze Galbis

BUENA GENTE

Para Tales, todo era agua. Una filosofía líquida. Para Anaxímenes, todo aire. El “pneus” que llena nuestros neumáticos. La metáfora del alma, como un airecillo que se escapa. Para Parménides, “nada cambia”.Una filosofía “sostenible”, como se dice ahora. Para Heráclito, “todo es cambio” (el del famoso río en que es imposible bañarse dos mismas veces). Todo cambio; nada realidad permanente. Para Empédocles, hay cuatro elementos, tierra, agua aire y fuego. Pobre mecanicista Empédocles, para quien todo consistía en eso, que tuvo que dejar de consistir en nada, él mismo, tragado por el Etna, entre el fragor de uno de sus cuatro elementos. El que hecha humo.

Continuador de toda esta tropa, ya en Atenas, el primero local, Anaxágoras, ejerciente en Atenas pero también nacido en Asia. Llegó a Atenas a los cuarenta años y la tuvo que abandonar, acusado de ateo. Por aquella gente que no creía en Dios, todavía. A lo sumo, en dioses. Para él “hay algo de todo en todo”. El todo está en lo más pequeño y todo unido por el amor, “nous”, del espíritu. Estos han sido llamados filósofos de la naturaleza. Demócrito cierra el ciclo. Descubre, nada memos que la teoría atómica, que ya está, casi, anunciada en el ”algo de todo en todo”, “todo el todo está en lo mas pequeño”. Y la fuerza del “nous”, la que relajada, da lugar a la liberación de energía de la bomba atómica. Llamados, de la naturaleza o presocráticos.

Luego de los sofistas viene Sócrates, el primero nacido auténticamente en Atenas y ahí comienza a arder, cerebralmente, el universo. Platón, Aristóteles, los epicúreos, estoicos, neoplatónicos. De aquello venimos todos. De sus paseos académicos y su charla frente al mar, comiendo higos secos. De aquel “algo”, el todo de los todos que llamamos civilización occidental. De aquel algo y del plus de divinidad que le añadió luego la cruz, Jesucristo y su mensaje evangélico.

Y del orden, rigor, capacidad de organización política y sistematización de las relaciones sociales por el Derecho, de los romanos. Y de su formidable latín, lengua instrumento y fórmula para el más riguroso raciocinio. El latín, matemática verbal. Hablando latín, se piensa sin esfuerzo y por necesidad. Y cuadran las cosas.

No tenemos malos orígenes. ¡Qué manía la de pensar de aquellos hombres, habitantes de las diversas islitas jónicas del Egeo y el occidente turco, inmediato, en los que la inmersión indoeuropea, procedente del centro de Asia produjo lo más alto y encendido de la inteligencia y el buen gusto! Era como si les picara la frente. Como un escozor mental que había que echar fuera. Meditadores por naturaleza. Su Dios era el pensamiento. Como para los judíos, su pensamiento era Dios. Su pensamiento y su sentimiento. Un pueblo divino. Y para los romanos, su pensamiento y su Dios, la realidad pragmática inmediata y su ordenación jurídica y social. La burocracia y el Derecho. La racionalidad devenida rigor ciudadano.

Un honor, venir de aquello. Benditas frentes, benditos corazones y benditas manos, fuertes y trabajadoras. Benditos y animosos ánimos. Oración, idea y energía. Buena gente. Yo estoy muy orgulloso de aquellos abuelos. Ellos enseñaron a ser lo que soy. O a intentarlo.

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