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Art. de opinión de Claudio Rizo Aldeguer

ABRÓCHENSE LOS CINTURONES

Si un Clásico paraliza un país, cuatro directamente lo drogan. Y no es broma. Copa del Rey, Liga y Champions League, prometen, en dieciocho días, inyectarnos un estímulo que rara vez por medios naturales se consigue. Los dos mejores equipos de Europa, y cabe que del mundo, frente a frente en un todo o nada. Lo nunca visto. Jamás Barça y Madrid habían brindado al aficionado balompédico cuatro cruces que pudieran sentenciar al menos tres títulos. Quizá sea por ese subidón psicotrópico, que el renunciante Zapatero, culé y orgulloso hasta las trancas de serlo, haya espetado: “España es un poderoso transatlántico”. O sea, que tranquilos. Que como le de al Barça por ganar los cuatro infartos de abril y no digamos ya por llevarse al huerto otra vez el triplete, veo al presidente lanzándose a discutirle a la mismísima Merkel las excelencias del patio económico español, “muy por encima del alemán”, dirá. Y si se tercia, hasta a Obama. El fútbol tiene estas cosas. Que no se precisa de estupefacientes para flipar. Y más si ya se ha dicho aquello de “chao bambino”. Hasta una candidata del Partido Democrático de Ciudadella, para que vean, en Menorca, diríase que se haya visto afectada por la fiebre del esférico al presentar como reclamo electoral sus dos excelencias, democráticamente sensuales, con la tonalidad ya de un sol de caramelo y dominadas desde atrás por unas fornidas manos masculinas, que dejan asomar, entre los dedos índice y corazón, la razón de sus dos pezones para el voto. Lo cierto es que la campaña ha sido retirada en un hipo. Hasta ahí hemos llegado. Fútbol y política. Política y fútbol. Como concentrados por la magia de un azar caprichoso en los dos meses del año que más sacuden (y aturden) las hormonas. Pero a lo que vamos. Que en abril toca fútbol. Y del que enciende. Las urnas, luego.

El Madrid busca olvidar sus años de ostracismo en las primeras páginas de los diarios deportivos. De las “mollares” inversiones, a las más sonadas hecatombes. Así ha sido. Los futbolistas de mayor relumbrón han pasado por la “casa blanca”, a golpe de talonario. Pero unos jóvenes nacidos al calor de la Masía han ido desarrollando un lenguaje único y vibrante, al modo de una jerga secreta cuyas combinaciones nadie conoce, desposeyéndoles a aquéllos del euro con que fueron fabricados. Sin embargo, ahora parece que el Madrid ha cambiado cierta fisonomía que deja entrever esperanza en sus seguidores. Mourinho, ese sargento medio cabrón con corazón de niño, ha conseguido hilvanar un conjunto que se orquesta entre la calidad, la solidez y el sacrificio. Un proyecto grabado con el cuño del luso, incluida su altanería estratégica que tantos titulares regala al noticiero vacío. Enfrente, Guardiola. Todo lo ha conseguido, siendo más joven que nadie. De la elegancia y la prudencia ha escrito un libro de despliegue psicológico que atrapa y seduce al futbolista. El arte alrededor de un balón como quizás sólo la Brasil del Naranjito o el Milán de los ochenta practicaran en unos tiempos que dejaron muchas retinas nostálgicas suplicando algo parecido.

También Ronaldo y Messi se juegan lo suyo. El portugués necesita imperiosamente un golpe de efecto que lo vea todo el mundo, que hasta reverbere y agite la arena en la África más profunda, allí donde el fútbol es un cuento inalcanzable. Jamás le ha marcado un gol al Barça, ni vestido de Manchester; y siendo un futbolista atlética y técnicamente casi insuperable, sigue viendo cada noche en sueños alterados al renacuajo culé en películas de miedo con un quiebro imposible o en un gol atravesando una muralla de rivales gigantes. Puede matar dos pájaros de un tiro, si marca, Ronaldo…, y si queda por encima de Messi. Pero el argentino, como apuntó Pep, reviste el tipo de esos prototipos diseñados para que vean la luz cada cincuenta o cien años y borrar de la faz de la historia futbolística, casi sin toser, cuánto de hermoso hicieron otros antes. Porque Messi es el superdotado, con aire inocente, que no precisa de tratamientos especiales ni que eleva el ego ante al aplauso. Ambos se admiran, a pesar de las diferencias. Sabedores de que el destino los ha cruzado en un tiempo de la Historia, único, para que diluciden quién de los dos es el mejor jugador del mundo. Empieza la fiesta. Mourinho, Pep. Ronaldo, Messi. En dieciocho días.

Si su equipo pierde, en todo caso, piense aquello del transatlántico. O en la de la tetas. Verá que no es tan grave.

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