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Art. de opinión de Francisco Penalva Aracil

EL VERANO QUE SE FUE…

Al quedarnos sin verano vamos perdiendo aunque lentamente, como vemos estos días, ese calor que tanto deseamos en invierno. Sin embargo ahora nos ocurre lo contrario, agradecemos el frio sereno de las madrugadas y el anochecer, del otoño.

Un calor que nos lleva a querer estar casi constantemente, en contacto con el agua, lo mejor de la naturaleza; aguas del mar, los ríos, las piscinas…, y salir relajados con el cuerpo fresco, después de disfrutar un tiempo dentro de ella, poniéndonos luego al sol, para pronto, entrar otra vez.

Pero yo quiero escribir sobre nuestros veranos en los que entre otras cosas, saboreamos sencillos placeres, como aquellos de campo de oler el hinojo, utilizado para darle sabor a las olivas partidas conservadas en una tinaja, o volver a probar los “agres”, ese tallo largo, verde, con flores amarillas, que tanto mastiquemos de chiquillos.

Relajándonos mientras tanto de los calores, bajo la eterna sombra de los pinos o las moreras, leyendo al mismo tiempo a nuestro escritor de las sensaciones, el Alicantino Gabriel Miro, que en su libro “Años y Leguas” citaba lo que él veía desde las ventanas, a las que tanto nos asomamos cuando el calor aprieta, decía Miro: “La ventana no es solo la mirada, es también el grito a los caminantes, la ansiedad ante una espera, la sonrisa hacia los senderos, las nubes, la lluvia, las estrellas”.

Un día cualquiera de verano y si es posible en la huerta, a la que tanto nos gusta ir en especial en agosto nuestro autentico mes de descanso; transcurre entre una casi total inactividad o quietud. Las mañanas suelen ser tranquilas entre paseos, charlas, baños…, y al llegar al mediodía un nubolet acompañado de un capellan con tomate, te despierta el apetito para la hora de comer. Y después la siesta, un placer milenario que consideramos los de aquí como un tiempo sagrado de sueño, donde el silencio debe reinar, y solo es permitido, el sonido monótono pero estridente que producen las cigarras, por no poderlo evitar. Y al despertarte, notar en tu cuerpo esa briza fresca que entra por la ventana de la tarde que se va, y te ayuda a despertarte relajado. Para pasar al final del día, las noches sin sueño jugando a las cartas, o el parchís, entre tertulias anécdotas…,”y pegan alguna que atra becaeta”, acompañados por la siempre estimulante fragancia de los limoneros. Veranos de días largos y noches alargadas a la fresca, pasando en ocasiones de la sombra de luna, a la sombra del sol del amanecer.

Recordando estas vivencias veraniegas y hablando del agua y los baños, me viene a la memoria y quiero evocarlo, aquellos tiempos que muchos también recordareis con placer de: “ Anar al banys, y alguna nit tambe a sopar, Fen-nos abans un aperitiu, tot regat en vi i gaseosa que ens preparaven Candelaria y la seua familia”. .

Pero el verano es tiempo de vacaciones tan necesarias para relajarte, salir de la rutina, y ver lugares distintos sentir otras sensaciones, penetrando con los ojos bien abiertos en la esencia de los paisajes los pueblos y sus gentes, y ver nuevos colores; abriendo al mismo tiempo, bien el olfato, para recibir aromas y perfumes.

Pero para mí viajar es sentir un impacto visual que te emocione; de la vivencia, detalle, o lugar más inverosímil e inesperado. Lo recibí por primera vez en Madrid, ciudad imaginada de niño, viendo pasar por nuestra vieja estación, aquellos trenes largos y ruidosos, que yo suponía que todos iban allí. Fue en su Plaza Mayor y las calles que la rodean donde encontré la villa que yo buscaba. Al pasar por el Arco de Cuchilleros donde se encuentra el restaurante más antiguo del mundo, la Plaza de Puerta Cerrada, o el Pasadizo del Panecillo…, entrando en sus tascas y viejas tabernas y visitando sus callejuelas y rincones. E imagine que por aquí, habrían pasado Generales intrépidos dirigiendo su ejército, picaros lazarillos llevando de la mano a un ciego, intrépidos caballeros, villanos. También geniales escritores que se inspiraron en este este lugar, como: Lope de Vega, Quevedo, Cervantes, Pio Baroja… Todos ellos, junto a otros moradores de este rincón tan histórico de la gran urbe, donde nació la villa, fueron creando el paisaje urbano del viejo Madrid.

Ese momento mágico también me paso en Garrachico, una aldea situada en la costa noroeste de la isla de Tenerife la de las piedras negras. Es un sitio típicamente canario en sus edificios y tradiciones, que se encuentra enclavado en forma de semicírculo en el fondo de un barranco y bañado por el mar. Mis ojos se llenaron de un rincón encantado que nunca olvidare, en el que la lava convertida en piedra lo rodea todo, pues hace solo trescientos años la erupción de un volcán que emergió de una montaña que está encima del pueblo, lo sepulto; y se mantiene el símbolo perenne de lo que sucedió en una vivienda semienterrada por lava, en la que se marca el nivel de la tragedia.

Cuando fuimos estaban en fiestas, sus habitantes las vivían con un entusiasmo y colorido poco habitual y en todas sus calles había festejos y atracciones. En realidad estaban inmersos con pasión en una gran diversión, como si fueran conscientes de que lo que ocurrió podría volver a pasar en cualquier momento, y lo mejor era disfrutar intensamente de la vida.

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