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Art. de opinión de Luis Beresaluze Galbis

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IGUALDAD Y LIBERTAD

Son los dos grandes lemas de la izquierda, del nuevo orden salido de la revolución francesa. Dos conceptos casi antagónicos. Si eres libre no eres igual. El mayor logro de la libertad es el de constituirnos en libres, para ser absolutamente desiguales en lo personal y subjetivo. Objetivamente y en teoría, jamás llevada a la práctica exactamente, iguales ante la ley, iguales en ciertos mínimos llamados derechos. A la educación, a la sanidad, a la asistencia jurídica, a la protección familiar y propietaria, a la libre expresión del pensamiento, a un nido/nicho social …Pero en lo subjetivo y personal, absolutamente desiguales. Todo lo que nuestros peculiares talentos y circunstancias nos permitan, en su razonable desarrollo. Yo puedo ahorrar lo que tú despilfarras. O trabajar mientras huelgas. No se si tengo derecho a ser mas inteligente que tú. Pero tú sí que no lo tienes a ser mas tonto que yo.

El alma humana es capaz de los mayores horrores y crímenes. Como de acariciar la santidad. Epicúreos y apolíneos. Héroes y cobardes. Asesinos y mártires. Iguales, nunca. Iguales solo en lo mínimo administrativo, estatal y burocrático. En medio de la vida, repito, absolutamente desiguales y cuanto mas desiguales, mas consagrada la igualdad del derecho a serlo, el mas sagrado de todos. Yo no quiero ser como los demás. Y deseo para ellos la misma capacidad desiderativa. Que no quieran ser como yo. Y que puedan conseguirlo.

La igualdad es un truco programático de la izquierda mal sentida. Llevada a sus máximos históricos no ha conseguido sino millones de esclavizados con la igualdad troquelada por totalitarismos tiranos que igualan solo en el sentido de convertir a sus súbditos en común mercancía antropológica y social, reducidos a la común irrelevancia, dentro de un ismo común, el común ismo. Ya va en las palabras. Contra comunismo, particularismo. Desidentidad total. Máxima diferenciación social.

La libertad es de superior linaje intelectual. También izquierdista. Lo es todo progreso histórico social. Quien no lo admita niega la evidencia. Cristo era de izquierdas y sus Bienaventuranzas son un credo político para el pobre, el perseguido, el menesteroso, el explotado. Pero el concepto puro de izquierda está cada día mas necesitado de reciclaje y regeneración. Arrastra mucha ganga. Librarse de los señores. Liberarse de ellos. Ser para si. Con los riesgos que ello comporta, porque esclavizado se está, al menos cómodo y al amparo. Alguien se ocupa de ti y te alimenta y cobija para que trabajes su propiedad, que tendría que ser, en puridad de exactitudes, además, también tuya, de todos. Nadie debería nacer con derecho a porciones de planeta y establecimiento social. Ni los príncipes y los aristócratas. Los innobles nobles, dueños de la libertad. Los que acuñan las monedas y dicen hacerlo por la gracia de Dios.

La libertad es un derecho caro. Y un ejercicio incómodo. Cuando no, peligroso. El hombre libre sabe lo que se juega. En principio, si la ejercita íntegramente, ella misma, su libertad. Eso se juega, libremente.

La libertad del otro es incómoda. Parece un chulería moral. Un ejercicio de soberbia intelectual, de orgullo antropológico. Además, choca con la mía, con la que, por lo menos, limita. Ser libre cuesta. Pero nada satisface tanto al alma digna y noble de esta caña pensante que somos, según Pascal, que sabía mucho de esto.

Igualdad, libertad…Ideales altos del hombre laico. Del ciudadano propiamente dicho. De la auténtica izquierda. Si nos remontamos en la abstracción, si pensamos en Dios, esos valores cívicos se convierten en justicia y amor. En amor al prójimo como a ti mismo, la mayor expresión de respeto a la igualdad, (igual que tú a ti) y de libertad solidaria y misericordiosa. Y la mas justa. Hemos ascendido el tema de plano. Estábamos en lo del César, como decía Jesucristo y pasamos a lo del Señor Dios. Otro Reino. “Así en la tierra como en el Cielo…”

Nada me hace mas libre que el amor de Dios. Y menos libre, a un tiempo. Porque limita y condiciona mi libertad a amar y respetar la del otro. Me entrega el libre albedrío. Me permite pecar, como lo hizo con Adán. Respeta tanto mi libertad que me la atropella casi, de tanto otorgármela. Porque me pone en la posibilidad de hacer mal uso de ella, ofendiéndole con el pecado.

Y en el área de la igualdad, no es ya que me iguale a mi prójimo, al que debo amar. Es que se iguala Él mismo conmigo, se hace como yo, para que yo pueda ser, mejor, como Él. Igual que Dios, como Dios, su Hijo, igual que yo. Esta identidad teológica hace de mi igualdad con los hombres y con el Hombre Dios, un logro metafísico de muy alto orden. Hemos pasado del utopismo político a la realidad filosófica. En la democracia divina, la igualdad no prima sobre la libertad, como en las políticas. En aquella, Pascal, Spinoza, La Boetie, nos pueden llevar de la mano con la misma especialización que Aristóteles o Montesquieu por esta. Son dos reinos y dos universos para la igualdad y la libertad.

Igualdad y libertad, miedo y esperanza, poder y legitimidad, esclavitud y santidad. Amor, amor siempre y todo amor. Dios, sabiéndonos iguales y libres, con su riesgo consiguiente, corriendo el peligro de que lo decepcionemos, de que le hagamos sentir que no valía la pena igualársenos hasta tal prurito.
Enfrentándose a nuestra inmensa capacidad de ser injustos, de dañar a la justicia, ese don sumo de Dios, el mas justo amor y el amor mas justo. La igualdad marxista y la igualdad capitalista son deformaciones sociales y políticas extremas de los conceptos nobles y amplios que deberían llenar nuestras vidas históricas. Representan a lo del César, suplantando a lo de Dios. Son como los dos planos de una moneda. Por algo se les llama a estas, cara y cruz. Aspiro a un máximo de desigualdad espiritual sobre la base de un mínimo de igualdades civiles (los derechos fundamentales, que se dice), y en él veo materializada mi mas alta expresión y grado de libertad individual.

Tan igual como Dios quiere. Y, también, tan libre como me desea. Con, reitero, todos sus riesgos. Esa en nuestra grandeza.
Pertenecer a la izquierda de Cristo, aunque Él esté sentado a la derecha del Padre. El Padre, pues, a su izquierda….

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