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Art. de opinión de Plácido Ferrándiz

CUANDO LA JUSTICIA Y EL AMOR SE BESARON

¿Es imposible que Dios sea Amor y justo simultáneamente? A juzgar por el concepto de Dios que tienen muchas personas, parecería que no es posible. Un amigo me dijo una vez: ‘Si tu Dios es Amor y perdona a todos, es injusto, porque deja impune la injusticia’; son muchos los que a la vista de las injusticias que hay en el mundo deducen que de haber Dios, es cruel e injusto (creen que ellos saldrían indemnes ante la justicia divina). Otros paradójicamente se hacen la imagen de un ‘dios-amor’ como una especie de abuelete regordete de pelo blanco que consiente todo y pasa por alto impunemente cualquier maldad (lo cual no es más que un ídolo fabricado de acuerdo a la propia conveniencia para justificarse uno a sí mismo).

Desde luego el Dios bíblico es Amor (1Jn 4:8), pero también es justo: “El es la Roca, cuya obra es perfecta, porque todos sus caminos son rectitud. El es un Dios fiel, en quien no hay iniquidad; es justo y recto” (Deuteronomio 32:4), Él ama la justicia (Salmo 11:7), y es el Juez justo de toda la tierra (Génesis 18:25) que juzgará al mundo con justicia (Salmo 9:8). De hecho, si desconocemos la justicia de Dios no podemos hacernos una idea cabal de la grandeza, seriedad y profundidad del amor de Dios.

La siguiente historia nos ayudará a comprender cómo en Dios se reconcilian el Amor y la Justicia: se cuenta que un juez tuvo que juzgar a su propio hijo que había sido denunciado por circular en dirección prohibida y haber puesto en grave peligro la vida de otro conductor. Como juez no tenía más remedio que condenar a su hijo a pagar la cuantiosa multa estipulada por la ley, de lo contrario el orden de justicia (que protege la vida) sería quebrantado y resultaría ser un juez injusto; así que dictó la sentencia correspondiente. Pero a continuación, se levantó de su silla, se quitó la toga y bajó del estrado, sacó de su bolsillo el dinero de la multa y lo entregó al alguacil. Volvió a subir al estrado y recibió el dinero del alguacil. De este modo, el hijo fue liberado, y la deuda que tenía con la justicia fue saldada. Tanto el amor del juez como su justicia quedaron a salvo… ¡pagando un alto precio por ello!.

Las sagradas Escrituras nos revelan que Dios es un Dios santo y justo. Sus leyes mantienen el orden del universo que hace posible la vida en la Tierra. La infracción de cualquiera de sus justas leyes-mandamientos conlleva destrucción y muerte. El Pecado es infracción de la Ley de Dios (1Juan 3:4), por eso implica un atentado a la Creación de Dios, siempre produce daño y destrucción, es la causa de la situación que padece la Humanidad y el planeta actualmente. Por ello el Dios santo y justo, que es totalmente ajeno al Pecado, a la maldad y a la injusticia, no puede consentir esas realidades en su Creación, no las puede dejar sin castigo sin que salga perjudicada su Autoridad y su Justicia divinas que mantienen el orden de la Creación. El Ser Humano, abusando de la libertad que le ha sido condedida, viene quebrantando una y otra vez las leyes-mandamientos de Dios, desde Adán todo ser humano peca. Por tanto, para mantener su Creación en el orden de la vida, a su tiempo la Justicia de Dios se expresa en ‘la ira de Dios contra el Pecado’: “Porque la ira de Dios se revela desde el cielo contra toda impiedad e injusticia de los hombres que aprisionan la verdad con la injusticia” (Romanos 1,18). El mundo está bajo el justo juicio de Dios (Romanos 3:23.19; 5:12), y la sentencia será ejecutada a su tiempo…

Al mismo tiempo, las mismas Escrituras nos revelan el inmenso amor de Dios por su Creación, por la Humanidad, por cada una de sus criaturas. Nos muestran un Dios leal y fiel con su Creación, profundamente compasivo y misericordioso, un Dios que quiere que todos los hombres se salven (1Timoteo 2:4), que tengan vida, y vida en abundancia (Juan 10:10).

Así que por un lado la justicia de Dios exige la condena de toda la Creación corrompida por el Pecado; por otro lado, el amor de Dios no le permite abandonar su Creación a la destrucción y la muerte. ¿Cómo superó Dios este dilema? ¿Cómo ha sido que Dios nos ama sin dejar de ser justo? Esta es la maravillosa respuesta: DIOS MISMO CARGÓ CON EL CASTIGO QUE NOS CORRESPONDÍA Y PAGÓ EL PRECIO DE MUERTE POR NUESTROS PECADOS. ¡¡La salvación que Dios ofrece a la Humanidad caída no es una salvación barata!!.

Así pues el precio fue pagado, la deuda saldada, la justicia restablecida, PERO… gracias a que alguien lo hizo en lugar nuestro, alguien sufrió en lugar nuestro la condenación que nosotros merecíamos. Alguien inocente, que no lo merecía. Este alguien no era un tercero, uno ajeno al asunto, uno que pasaba por allí y fue escogido como chivo expiatorio (habría sido otra injusticia): ese alguien era el Ofendido, Dios mismo: Jesús, el Hijo de Dios hecho hombre. “Cuando éramos totalmente incapaces de salvarnos, Cristo vino en el momento preciso y murió por nosotros, pecadores… Dios demuestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros” (Romanos 5:6-8), “…Él mismo llevó nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero, a fin de que habiendo muerto para los pecados, vivamos para la justicia. Por sus heridas habéis sido sanados” (1Pedro 2:24). Cristo ha sido dado a la Humanidad como el ‘pararrayos’ de la justa ira divina, de modo que los que se cobijan bajo su sangre, son librados de la ira venidera: “…siendo ya hechos justos por su sangre, cuánto más por medio de Él seremos salvos de la ira” (Romanos 5:9; 1Tesalonicenses 1:10). Cristo ya pagó por los pecados, si yo acepto el veredicto de Dios sobre mí (arrepentimiento), y acepto (fe) que Cristo ya pagó por mis pecados, soy cubierto por su sangre justificadora, por tanto soy libre del castigo, porque un delito no puede ser castigado dos veces.

Mi maldad le fue imputada a Cristo, y recibió sobre sí el castigo de la ira divina por mis pecados; ahora, por la fe, su justicia me es imputada a mí, de modo que soy hecho justo delante de Dios: “Pero ahora, tal como se prometió tiempo atrás en los escritos de Moisés y de los profetas, Dios nos ha mostrado cómo podemos ser justos por otro medio diferente al cumplimiento de La Ley. Dios nos hace justos a sus ojos cuando ponemos nuestra fe en Jesucristo. Y eso es verdad para todo el que cree, sea quien fuere. Pues todos hemos pecado; nadie puede alcanzar la meta gloriosa establecida por Dios. Sin embargo, con una bondad que no merecemos, Dios nos declara justos por medio de Cristo Jesús, quien nos liberó del castigo de nuestros pecados. Pues Dios ofreció a Jesús como el sacrificio por el pecado. Las personas son declaradas justas a los ojos de Dios cuando creen que Jesús derramó su sangre como sacrificio para expiar nuestros pecados. Ese sacrificio muestra que DIOS ACTUÓ CON JUSTICIA cuando se contuvo y no castigó a los que pecaron en el pasado, porque miraba hacia el futuro y de ese modo los incluiría en lo que llevaría a cabo en el tiempo presente. Dios hizo todo eso PARA DEMOSTRAR SU JUSTICIA, porque él mismo es justo e imparcial, y declara a los pecadores justos a sus ojos cuando ellos creen en Jesús” (Romanos 3:21-26. Nueva Traducción Viviente). Si Dios declarara justo a un pecador sin la base del sacrificio de Jesús, sería injusto. Si no hubiera enviado a su propio Hijo para salvarnos, no veríamos su amor.

Allí en el Gólgota, cuando Cristo subió a la cruz cargando con todos nuestros pecados, y pagando en nuestro lugar por nuestra culpas, la justicia de Dios y el amor de Dios se besaron.

¡¡Estos hechos realizados por Dios y testimoniados por Su Palabra son el meollo del Evangelio, las Buenas Noticias!!: “…que Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras; que fue sepultado y que resucitó al tercer día, conforme a las Escrituras; que apareció a Pedro y después a los doce. Luego apareció a más de quinientos hermanos a la vez, de los cuales muchos viven todavía; y otros ya duermen. Luego apareció a Santiago, y después a todos los apóstoles. Y al último de todos, como a uno nacido fuera de tiempo, me apareció a mí (Pablo) también” (1Corintios 15:3-8), “…arrepentíos y sea bautizado cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de vuestros pecados, y recibiréis el don del Espíritu Santo” (Hechos 2:38), “porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree no se pierda, mas tenga vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él. El que cree en él no es condenado; pero el que no cree ya ha sido condenado, porque no ha creído en el nombre del unigénito Hijo de Dios. Y ésta es la condenación: que la luz ha venido al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas” (Juan 3:16-19).

Hay en youtube una impresionante parábola acerca de todo esto que te invito a ver: http://www.youtube.com/watch?v=vvhbL7zyYKQ&feature=player_embedded

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