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Art. de opinión de Luis Beresaluze Galbis

SUCEDIÓ EN EL PARAISO

Una mujer, desorientada, sin noción de cosa alguna, sola, absolutamente aislada de todo lo que no sea una figura extraña, como ella, pero con el cuerpo mas cubierto de vello y los miembros mas recios y grandes, que yace en el suelo de aquel raro espacio, con una inflamación enrojecida en el costado.

Incómoda, absurda, obvia, se siente sin sentirse, en una situación confusa, en la que no influye menos su propia percepción, tan nueva ella para sí misma como todo lo que la rodea. No saber qué hacer. Se inclina y toca suavemente a aquella criatura dormida, la gira un poco, haciendo gran esfuerzo y esta, lentamente, se despierta, quejumbrosa y doliente, como regresando de un dramático traumatismo, palpándose, con cuidado, el lastimado dorso. El hombre, recuperado, abre los ojos y se asombra ante aquella figura, parecida a él, más delicada y frágil, extrañamente bella y armoniosa, con el pecho enriquecido y lustroso y los miembros y contextura toda, curvos y como graciosamente torneados. La roza con los dedos y se estremece. ¿Qué imprevista conexión va a relacionar sus vidas?

Él es fuerte. Ella hermosa. Aún no hay amor en el mundo, fuera del que pueda regir los ciclos naturales del entorno, un Edén confortable en que todo funciona. El hombre, Adán de nombre, le pregunta: “¿Quién eres, de donde y a qué vienes? Me atraes e interesas como cosa alguna. Despiertas en mí una llamada que jamás sentí. ¿Eres realidad o milagro, o milagrosa realidad? ¿Estoy todavía soñando?” Ella, que oye hablar por primera vez, lo entiende. Asombrada, espléndida, como una plenitud de la naturaleza, no sabe qué contestar. Está, realmente, tan confusa como él. “Solo se de mi que estoy frente a ti. Ignoro cómo y por qué. No se ni quien soy ni la manera como he llegado a serlo y hasta aquí. Me gusta. También me atraes como si fueras un complemento indispensable de mi entidad. Yo no era y soy. Y lo soy contigo, que tampoco se quién eres ni por qué me esperabas en este espacio extraño. Solo se que me seduce tu compañía. Que no me siento, ya, incómoda sino realizada y feliz.”

Desnuda, sin saberlo, no ocultaba nada a la curiosidad del hombre. Era una pura y sincera seducción. Adán, mas cerebral y dado a la abstracción, apelaba a razones que la razón le negaba. Estaba ante una realidad atractiva y bellísima hacia la que sentía un impulso intensamente zoológico que aun no sabía llamar amor. Pero su inteligencia le exigía fundamentos. Hasta que ella, tiernamente, se le acercó solícita y abriéndole los brazos se fundió con él en apretada conjunción personal. En el abrazo inicial de una especie que estrenaban. Adán la apretó con todas sus fuerzas, como si quisiera integrarse en su realidad física, buscó sus labios, ávidamente, dando lugar al primer beso habido en la Tierra y luego, acomodándola dulcemente sobre un lecho de flores, copuló con ella, bajo la estremecida cúpula de los cielos. Desde entonces fueron dos en uno y se amaron con reiterada fruición biológica y leticia espiritual. Se enamoraron. Y dieron lugar a la humanidad.

Dios, después, les hizo una serie de advertencias. Pero eso es, ahora, irrelevante. Nació el amor. E inundó el universo. Después vendrían el árbol, la serpiente, el pecado, la expulsión flamígera, las mil vicisitudes del hombre, la Humanización de Dios y la muerte de su Hijo en la cruz. La Historia. Mi relato quiere quedarse en la legendaria fase previa. En aquel culebrón maravilloso en que no había operado aún la serpiente. En que Adán era Eva y Eva era Adán. Y Dios se gratificaba, al asistir a su amor, con sonrisa un tanto celestinesca, mientras que los ángeles, tocándose con el hombro de sus alas se preguntaban, “¿Qué le pasa al Jefe?”

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