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Art. de opinión de Claudio Rizo Aldeguer

¡HOY ME PONGO SEXI!

Confío en 2013. Tanto como no confío en Rajoy; y dicho sea, en el resto de partidos. Suele pasar que los humanos actuamos por contrastes. Y en esto de la política, como en las relaciones laborales o amorosas, no existe flanco analizado que se escape a esta máxima de comparaciones, conscientes o latentes pero inevitables. Es nuestra pasta genética. Por eso necesito pensar que el año que ya silba a las afueras de mi ventana será portador de alguna dicha. Yo que sé. Un parámetro alentador. Esa huelga fructífera. Aquel desahucio frustrado. Cualquier cosa. Además, un año que acaba en trece, visto como lo ha hecho el doce, no tiene más tutía que mejorar al anterior y darle cierto colorete de vida a esas mejillas macilentas y pútridas. Pero hay problemas. Adherencias de cierta ralea con que ha de contar toda remontada.

Uno se llama Rajoy, ya que es nuestro “presi” empiezo por él, que arribó para suavizar la embestida de la crisis y no hace más que esconderse tras el parapeto de la herencia no conocida. Como ese hijo que aceptó el caudal de su finado padre errante bajo cartones en las gélidas calles de una ciudad en la esperanza de que esas mantas rígidas de supermercado que lo protegían contuvieran en su interior lingotes de oro camuflados. Pero hay otro aún mayor, que agranda la rémora y deja en el patio la sensación de un todo único y firme de “acorralado”, de “sin salida”: Rubalcaba, sí, el PSOE y el resto de oponentes políticos que, o no están dispuestos a remar en la misma dirección, pues arrastrarían en la corriente demasiados favores para Rajoy, o solo pretenden tirar de las Españas al modo de una tela ajada hasta despiezarla en mil jirones irreconocibles. La insolidaridad más carnicera y oportunista rediviva en la agria sonrisa de un Mas, que tiene a menos. Y que ahora necesita de buhonerías, metrallas y quincallescas alianzas con las otrora damas despreciadas del burdel para edulcorar su soberado hostiazo independentista en las urnas.

Así pinta el cuadro 2013, según veo a través del ennegrecido cristal de mi ventana. En el que solo lo humano, la calle, el desempleado, el desahuciado y el más desesperado de los robados, podrá salvar cierta dignidad de lo que a esta España sin flor le queda. Un país sin apenas ética, en lo político. Un país en el que un par de diputados peperos (ya cabe el término, observo a susceptibles, al igual que el de ‘sociata’) se entretienen con su iPad en plena aprobación de una ley en el Congreso, uno hoy devanándose los sesos por mejorar su puntuación en no sé qué ridículo juego, y la otra ayer, en cómo sorprender esa noche a su pareja con una lencería íntima y extremadamente joven de francamente muy enojoso encaje en las curvas de la señoría disipada en imposibles. Son gestos sin más, casi graciosos en otras épocas, pero especialmente dañinos y afrentosos en estos tiempos en los que muchos niños van a entender que los Reyes Magos ni lo son tanto ni llegan a tanto ni a tantos. Pero España tiene cojones para autorizarlo, si media una posterior disculpa en las redes sociales. Suficiente. Naturalmente una disculpa remitida desde ese iPad pagado por el bolsillo del pueblo y que tan buenos momentos les permite pasar entre ley y ley en la Cámara Baja. Hasta que los caza un objetivo.

Por contrastes, decía al comienzo, sigo en la total confianza de que 2013 será, siquiera ligeramente, crecedero. O como poco, con la energía bastante para remover ciertas anquilosadas estructuras de seguridad e inoperancia política. Tanto imbécil suelto, con influencia, galones y desvergüenza a partes iguales, no hay mortal que lo aguante. Y señores diputados, del flanco político que sean ustedes: el ganado muge. Pues así parece que nos tratan, como ganado. Y no solo por los recortes que cada día estrangulan más nuestro cuello, sino, por tonto que parezca, por determinadas expresiones y gestos no reprobados ni censurados con la dureza que la dureza de la calle palpa y mama a cada recibo que no se puede pagar, a cada piso que se pierde, a cada empleo que se va…

Otra provocación similar, por bonita y sexi que sea la lencería, y la acción de rodear el Congreso no será más que el bucólico recuerdo de una hermanita de la caridad que perdona todos nuestros pecados. De las que ya no quedan. Vaya. Al tiempo.

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