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Art. de opinión de José Fernando Martínez (Charly Rebel)

Fotos antiguas de Novelda y Efímera de su Historia

Imagínese un juego online y gratuito en el que no hay ganadores, sino que cada jugador obtiene sus propios premios. Se trata de premios que no se pueden comprar con dinero ni intercambiar por él, pero que producen endorfinas que se canjean  automáticamente por felicidad.

Imagínese vivir una aventura como la de La Isla del Tesoro o La Fiebre del Oro. En las fotos y en los objetos efímeros hay pepitas de oro escondidas. Ese tipo de oro de nuestra infancia que podía comprar felicidad; no el real, que conduce a otros tipos de encantamiento, sino el que compra las emociones que intensifican nuestras vidas.

Imagínese que el juego nos conduce por vivencias olvidadas,  pone imágenes a historias que nos habían contado, pone cara a personas de pudimos haber querido o conocido, que nos hace simpatizar con personas desconocidas de otros tiempos.

Imagínese un juego que te hace olvidar el dolor.

Imagínese que los demás  jugadores le ayudan a restaurar sus recuerdos o reconstruir algunos que no tuvo oportunidad de vivir, pero que sucedieron paralelos e influyeron en los tuyos.

Este juego se llama Fotos antiguas de Novelda y Efímera de su Historia. Lo puede encontrar en Facebook y están todos invitados; tanto Novelda, como simpatizantes del resto del mundo.

La foto de un bote de plástico de champú hecho en Novelda, nos hace revivir su perfume y todas las ocasiones que entrábamos o salíamos de las duchas de Los Baños. Cientos de emociones e historias se reviven al instante, secretas para cada jugador. Ahora imagine que, después de esa alegría, descubre una foto de su madre que había permanecido oculta cincuenta años. El fotógrafo le estaba haciendo una foto a la fachada de su tienda y se le cruzó una joven cuando fue a disparar. Tuvo que repetir la foto sin ella, pero ahí se quedó aquella chica anónima, para siempre, en aquel rollo de película. Años más tarde un loco de la fotografía, recupera los negativos, los escanea y los sube al grupo. Y ya tenemos una gran pepita de oro descubierta por un jugador.

Sigues con el muro y ves la foto de un amigo, de un compañero de clase, de un profesor que tuviste en primaria, el parque donde jugabas de niño, el patio del recreo, tu primera comunión, tu boda, un día de mona, un día de fiesta, una película que viste en El Guerrero, el carnet del cine-club… En definitiva, un sinfín de cápsulas generadoras de recuerdos olvidados, como el que encuentra las canicas perdidas y vuela hacia interminables juegos.

De pronto ha perdido la noción del tiempo, no sabe que han pasado tres horas que le han parecido tres minutos (aquí Einstein diría algo sobre la relatividad). Por este motivo, este juego se debería llamar la Máquina del Tiempo. Por fin la conseguimos. Lo que no puede hacer todavía es viajar al futuro; “pero todo se andará”, como suele dice mi padre.